miércoles, 16 de junio de 2021

Nunca es tarde

El responsable del proceso de selección no daba crédito. El hombre canoso de la camisa manchada de potitos destacaba entre aquel grupo de veinteañeros sobradamente preparados que lucían tobillos al aire, pendientes y tatuajes en los brazos. En las bases de la convocatoria no se especificaba la edad pero se daba por supuesto que aquel trabajo de becario mal remunerado encargado de retransmitir partidos de tercera para el canal de la federación estaba destinado a estudiantes de periodismo y no a padres de familia numerosa cincuentones.

-Es mi último tren y no quiero dejarlo pasar -respondió al tiempo que mecía el cochecito con una mano velluda en la que lucían dos alianzas de oro.

El encargado levantó las cejas y su mirada al bebé no pasó inadvertida para el candidato.

-No será un problema, no se preocupe -respondió antes de ser preguntado.


Con la carrera de periodismo recién terminada tuvo que ponerse a trabajar en una oficina y renunciar a una beca para marcharse a Madrid cuando su novia quedó embarazada. Ahora, tres hijos y un cáncer de mama después, sentía que era su última oportunidad.


Sentado en una silla plegable en la tribuna de prensa del modesto campo municipal agarró el micrófono con firmeza y comenzó a narrar emocionado la salida de los jugadores al césped artificial como si se tratara de la final de la liga de campeones. 


Un poco más abajo dos niñas comían patatas fritas y se entretenían con el móvil junto a un carricoche ajenas al instante en que su padre retomaba el camino en pos de su sueño.